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"Durante siglos he esperado en las sombras, en un silencio sólo interrumpido por los gritos de los atormentados. Mis sueños eran pesadillas vivientes.Veo una esperanza ingenua en vuestros ojos. ¿Os creéis mis salvadores? Volved esa ridícula piedad hacia vosotros mismos pues pronto conoceréis la agonía.Este maltrecho mundo está más allá de la redención, fuera del alcance de héroes crédulos.La única respuesta a la corrupción es la destrucción y eso empieza ahora."

El Despertar de los Mogu

 

Las leyendas mogu hablan de una edad de luz dorada, cuando había orden en el caos mundial. Se dice que los mogu caminaron entre los titanes con piel de tierra, sus números eran legión y su voluntad era la voluntad de sus maestros.

 

Según las historias de la época, los mogu cavaron las montañas y valles de Pandaria con sus propias manos. Cada río, cada lago y cada cima de cada montaña se esculpió según un plan divino.

 

Los mogu llamaron a su maestro titán "La Tormenta". Era su protector. Ellos eran una prolongación de su voluntad: agentes del orden, obedientes y poderosos, forjadores de un nuevo mundo.

 

En la literatura y las artes mogu hay una leyenda que se repite una y otra vez, es la leyenda de Sombra, Tormenta y Piedra. He aquí una traducción aproximada de la transcripción más antigua de la historia:

 

La bestia de siete cabezas

Expulsaba siete alientos.

La tierra lloraba sombras

Y el enjambre nubló el cielo.

El más antiguo era supremo;

Nadie osaba despertar su ira.

Hasta la llegada de Tormenta.

Primero llegó el trueno y luego Piedra.

El trueno era la voz de Tormenta,

Piedra era su arma.

Los rayos cruzaron el cielo.

El enjambre huyó de su luz.

Piedra golpeó las cabezas de la bestia.

Sombra sangró en la tierra y en el cielo.

Miedo y odio eternos.

La voluntad de Tormenta se cumplió.

El propósito de Piedra se cumplió

Durante muchos años los mogu protegieron las grandes obras de los titanes. Siempre escucharon a su maestro, siempre permanecieron obedientes, con férrea determinación permanecieron en vigilia continua.

 

Incluso cuando su maestro permaneció en silencio.

 

No quedan escritos de la época en la que su piedra se volvió carne. Qué horrible debió ser para los mogu respirar, sangrar y morir.

 

Acudieron a su maestro en busca de consejo, pero de nuevo permaneció en silencio.

 

Con la carne llegaron las otras maldiciones de la mortalidad: orgullo y avaricia, ira y miedo. Sin un propósito común, los mogu se separaron y se enfrentaron entre ellos.

 

Los poderosos señores de la guerra reunieron a sus seguidores y se declararon la guerra unos a otros. Sus batallas destrozaron la tierra y aterrorizaron a las demás razas mortales.

 

Y su maestro continuaba en silencio.

 

Pasada la época de los titanes, cuando los mogu se convirtieron en carne y se enfrentaron unos a otros, la tierra estaba sumida en un caos. Los señores de la guerra mogu luchaban por territorios y por poder. Era la Era de los Cien Reyes.

Con la piel de Ra-den, Lei Shen creó un artefacto muy poderoso, “la campana divina” y con su sangre, moldeó una nueva raza, los saurok.

 

Lei Shen quiso instaurar el orden otra vez, el orden que había cuando su maestro Ra-den hablaba para todos los mogu y ellos obedecían, ya que para eso habían sido creados.

 

Los mogu eran rectos, obedientes, esta era su herencia titánica, pero las demás razas esclavizadas no eran así, querían vivir libres, pensar, amar.

 

Y la revolución estalló, los pandaren se habían estado preparando para el combate. Con la ayuda de las demás razas de Pandaria pudieron deshacerse del yugo de Lei Shen y sus mogu, ni si quiera la ayuda Zandalari fue suficiente.

 

Esta fue la perdición de Lei Shen, no contar con el libre albedrío de las demás razas mortales, que no iban a trabajar por sus empresas eternamente como sí hacían sus vigías de piedra.

 

Esta era la era de Lei Shen. Joven y orgulloso, vio los trabajos en ruinas de sus antepasados dispersos por el paisaje desolado por la guerra. Pensaba que su pueblo no cumplía su propósito ni aprovechaba su potencial.

 

Los titanes no volvieron a hablar, así que Lei Shen habló por ellos.

 

El joven Lei Shen era hijo de un señor de la guerra en la era de los cien reyes. Como sus hermanos, era fuerte y dominaba las artes de la guerra. Pero, al contrario que otros de su misma generación, tenía otros intereses además de la conquista. Las leyendas de sus ancestros estaban grabadas en su corazón.

 

Cuando Lei Shen creció y dirigió sus propias legiones, anunció sus intenciones de despertar a los dioses. Sólo sus seguidores más leales le acompañaron donde ningún otro mogu se atrevió a llegar: al corazón de la Montaña del Trueno, el hogar sagrado del que los mogu llamaron su maestro.

 

Lei Shen subió a la montaña. Pero fue el Rey del Trueno el que regresó…

 

La leyenda cuenta que en su subida a la montaña, extirpó el corazón de Ra-den, apoderándose así de sus poderes. Sus seguidores se arrodillaron ante él, “Te llamaremos 'Rey del Rayo'”, dijeron. Pero Lei Shen no estaba de acuerdo, "El rayo cae al instante y se desvanece, como un destello", dijo. "Pero el trueno, el trueno anuncia que se avecina la tormenta, el trueno agita los cielos antes de que caiga el rayo, resuena en las montañas mucho después de que se agote la energía del rayo. El trueno acobarda a los animales e infunde temor en los corazones de los aldeanos, haced del trueno mi heraldo para que mi poder resuene por toda la tierra. Yo seré... el Rey del Trueno."

 

Lei Shen unificó toda Pandaria por la fuerza, ya fuera abrumados por su poder o siendo sometidos por sus ejércitos. De este modo, esclavizó a prácticamente todas las razas de Pandaria, excepto a los mántides.

 

Una de las acciones más relevantes durante el reinado de Lei Shen, fue la creación de una ley y de la unificación del idioma. Lei Shen, aunque consideraba a todas las razas inferiores, en algunas veía potencial, como en los pandaren, por esto les prohibió leer y destruyó toda su filosofía y arte escritos, su función era ser esclavos y parias, no necesitaban libros.

 

Con todas las razas del continente dominadas, solo quedaba el problema mántide, que intentó subsanar construyendo una gran muralla por todo su imperio, el llamado “espinazo del dragón”.

 

En esa época el imperio mogu no era el único que reinaba en el mundo, también el imperio Zandalari estaba en pleno auge, lejos de guerrear entre ellos y destruirse mutuamente, crearon una impía alianza bajo la cual ambos se veían beneficiados.

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